José Asensi Sabater
Tal día como ayer, un doce de febrero, nacía en Inglaterra Charles Darwin. Junto a Galileo Galilei y Sigmund Freud ha sido el científico que probablemente más ha hecho para derribar de su pedestal el narcisismo humano, nimbado hasta entonces con el mito de que era algo diferente, situado al margen del devenir de la naturaleza.
El mensaje de Darwin -y la metodología científica en que se apoyó- no gozó en su tiempo de una amistosa recepción sino que fue objeto de ataques sistemáticos por parte de dogmáticos e iluminados para quienes Darwin era un monstruo disolvente que atentaba contra la religión y la autoestima humana. A pesar de todo, la herencia científica de Darwin, en sus líneas maestras, está fuera de toda duda. Vinculado a las leyes que rigen la evolución, el ser humano no es producto de la creación divina sino de la selección natural de las especies.
En la cultura europea, las tesis de Darwin fueron afortunadamente acogidas finalmente en los ámbitos científicos y culturales, y forman ya parte del elenco de ideas bien asentadas. Hasta la Iglesia Católica -que nunca combatió directamente las ideas de Darwin- ha venido a reconocer que “hay un amplio campo para la fe en la base científica de la evolución”, es decir, que aún considerando que sigue habiendo un Dios creador, la Iglesia no pone en duda la teoría evolucionista.
Pero este no es el ambiente que se respira al otro lado del Atlántico, en Estados Unidos, un país que a pesar de sus grandes logros científicos y su modernidad acelerada en muchos aspectos, sigue sosteniendo, en las profundidades de su cultura, una inusual distorsión del darwinismo. No hay que olvidar que el 95% de los norteamericanos se declara creyente en Dios (léase el trabajo de Walter Russell Mead, “¿Estados Unidos, el país de Dios?”). Por tanto, gran parte del rechazo y de la manipulación de las bases científicas de Darwin se debe a que el pensamiento religioso –de base calvinista, fundamentalista o evangélica- se interpone a la certidumbre científica.
Si se repasan algunos exponentes del pensamiento político norteamericano no es difícil llegar a la conclusión de que Darwin ha constituido desde el siglo XIX una auténtica obsesión. Una obsesión que ha dado lugar a dos perspectivas contradictorias:
Para la inmensa mayoría de los norteamericanos, las ideas evolucionistas de Darwin son anatema. Según datos bien conocidos, solo uno de cada cuatro estadounidenses cree que la vida sobre la Tierra es producto de un proceso de selección natural. La creencia más difundida entre los jóvenes escolares es el “creacionismo”, o tal vez, el más sofisticado relato del “diseño inteligente”. No olvidemos que la negación de Darwin, a este respecto, se corresponde con uno de los mitos nacionales más profundamente arraigados en este país: el mito del pueblo escogido y bendecido por Dios, que ha recogido la antorcha del pueblo judío, y que constituye la “Nueva Jerusalén”. Mal encajaría en las coordenadas de este mito fundacional que el ser humano fuera producto de la evolución.
Pero en contradicción con lo anterior, se acepta de forma natural en aquél país el darwinismo social, algo que el propio Darwin rechazaría. Esto es, que en el organismo social sólo los más fuertes –los mejor dotados y adaptados- prevalecen. El éxito y la riqueza, siguiendo el camino abierto por el calvinismo, serían prueba inequívoca de las bendiciones de Dios, que escoge a los signados y predestinados a la salvación. Tal tesis retroalimenta uno de los más destacados supuestos del funcionamiento del capitalismo, eje de la cultura norteamericana, según el cual, la riqueza y la pobreza, el éxito y el fracaso son expresiones de la lucha por la supervivencia que hay que aceptar porque forman parte del plan divino.
Esta contradictoria recepción del pensamiento de Darwin sólo se explica por la ingerencia del pensamiento religioso en la política norteamericana. Lejos de reservar a la esfera de la fe su ámbito propio, el factor religioso se ha convertido en un soporte que alimenta el discurso político. Lo veremos blandir en las próximas elecciones presidenciales. Pero Darwin y su legado permanecerán.
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