Sostenibilidad
José Asensi Sabater
Entre los lodos que trae la crisis es lógico que se pierdan ciertas referencias a las que estábamos acostumbrados en estos años pasados: los temas de igualdad y no discriminación, los principios de una sociedad bien ordenada, la equidad, la tolerancia, la integración social y tantos otros valores que circulaban no hace mucho configurando (algunos dirían, banalmente, adornando) un tipo de sociedad que parecía haber alcanzado, cosa imposible, el movimiento continuo. Pero el mayor peligro que se deriva del desquiciamiento económico en que nos encontramos es tal vez olvidar la importancia decisiva de la cuestión ambiental. Si la salida de esta crisis pasa por soslayar o relajar el cuidado hacia la naturaleza, de la que formamos parte ¡Apañados vamos!
Se trata de un asunto crucial, incluso para un constitucionalista. Se dice que el siglo XVIII fue el del humanismo; el siglo XIX, el de la cuestión social; el siglo XX, el de la democracia social. Pero el siglo XXI es o debería ser, por la cuenta que nos trae, el de la sostenibilidad ambiental. Baste recordar de dónde venimos. Venimos de una época dilatada en la que hemos vivido a costa de la naturaleza, de otros seres humanos, de otros pueblos; a costa, en fin, de otras generaciones. Revertir todo este proceso es una especie de imperativo categórico.
Para algunos la sostenibilidad no es más que un término de moda que favorece ocultaciones ideológicas, tesis ésta a la que se apuntan sectores enteros de neoconservadores norteamericanos. Pero, obviamente, no es así. No hace falta apelar al miedo a un final catastrófico e irremediable de la biosfera, como augura Lovelock, o al pesimismo antropológico de John Gray, quien nos recuerda en sus libros el común destino del hombre y el animal, ambos sometidos a las leyes inexorables de la evolución, para darnos cuenta de que no podemos jugar con los equilibrios de un planeta cuyos recursos son limitados, y de que corremos el serio peligro de desaparecer tal y como hoy nos reconocemos, junto con las sociedades que hemos construido.
En la agenda del constitucionalismo que está por venir el principio de la sostenibilidad ambiental deberá ocupar un lugar central, además de los tradicionales de libertad, igualdad y solidaridad. Se pondría así en su sitio a la tendencia narcisista de creernos los amos del mundo, cabezas ungidas y destinadas por no sé que mano celestial a progresar indefinidamente, o sea, a esquilmar la naturaleza hasta convertirla en un lugar enlutado.
José Joaquín Gomes Canotilho, un prestigioso constitucionalista portugués, enuncia unas cuantas tareas imprescindibles que no me resisto a trasladar aquí: Según él, la sostenibilidad ecológica supone imponer las siguientes medidas: 1) que la tasa de consumo de recursos no renovables no pueda ser superior a su tasa de regeneración. 2) que los recursos no renovables sean utilizados en términos de ahorro ecológico y racional, de manera que las futuras generaciones puedan disponer de ellos. 3) que los volúmenes de polución no puedan superar la capacidad de regeneración de los medios físicos y ambientales. 4) que la medida temporal de las “agresiones” humanas esté en una relación equilibrada con el proceso de renovación temporal, y 5) que las ingerencias “nucleares” de la naturaleza deben primero evitarse y, subsidiariamente, compensarse y restituirse.
La sostenibilidad ambiental, obviamente, no es algo alcanzable al margen de las determinaciones económicas y sociales. Dicho de otro modo: la sociedad y la economía tienen que ser también sostenibles. Esto significa que más allá de las regulaciones ya existentes en el ámbito internacional (Convención sobre los cambios climáticos, sobre la biodiversidad, sobre el patrimonio cultural, etcétera) o europeo, el objetivo es alcanzar un Estado ambientalmente sostenible en el contexto de una sociedad internacional asimismo animada por un principio político federalmente sostenible. Si hay alguna justificación para exigir regulaciones y poderes efectivos a escala global, la de la sostenibilidad es tal vez la principal.
Pero la salida de la crisis no está planteada desde esta premisa sino todo lo contrario. La lucha brutal por hacerse con el control de las “tierras raras”, los cultivos intensivos transgénicos, la batalla por los recursos hídricos y petrolíferos, la competencia y el desarrollismo que marcan la agenda del mundo en Davos, apuntan precisamente en esta dirección.
No hay comentarios:
Publicar un comentario