José Asensi Sabater
Me reúno con unos amigos en su casa a charlar mientras los chicos de éstos, enganchados a la play, juegan con una de esas simulaciones que consisten en “ganar vidas” para hacerse con el arma definitiva. Como yo siento curiosidad ante la complejidad de los escenarios y las historias que allí se desarrollan, me explican de qué se trata.
Año 2025. China se ha convertido en la potencia planetaria indiscutible. Debido a su poderío económico y militar no ha sido necesario emplear la fuerza (pese a algunas escaramuzas brutales) para doblegar a Japón, que se ha convertido en un satélite más. El potencial tecnológico de los japos se ha puesto al servicio del control chino en toda Asia. El yuan es moneda de uso corriente en prácticamente todo el mundo.
Estados Unidos hace tiempo que ha caído en un declive sin retorno. Las causas de ello se explican sumariamente. Hacia 2016 no puede resistir la presión de la deuda. China deja de exportar sus productos a los mercados norteamericanos, los cuales son sustituidos por el mercado interno chino y de otros países bajo su control. Como ya no tiene sentido seguir financiando el consumo estadounidenses, China deja caer el dólar. El poderío militar norteamericano, que había resistido algunos años a pesar de la debilidad de su economía, se hace insostenible, no sin antes llevar a cabo algunas acciones terroríficas. Muchas ciudades norteamericanas están despobladas y las hambrunas se extienden por amplias zonas de su territorio.
Rusia, segunda potencia en la jerarquía planetaria, ha girado en redondo. Sus ingentes recursos ya no fluyen hacia Europa sino hacia Asia. Tratados de amistad con China aseguran a los rusos una relativa independencia, pero su capacidad militar está delimitada y su economía expuesta a los ataques cibernéticos chinos (al igual que el resto de los estados, empresas y gentes de todo el mundo).
Europa, por tanto, no cuenta, ni siquiera Alemania, que hace vanos esfuerzos por mantener una cuota propia de producción y el consiguiente control relativo de su periferia. Lo que queda del bloque europeo, a la deriva, ha disminuido en dos terceras partes su nivel de renta, aunque sigue siendo un destino apreciado por contingentes de turistas asiáticos que toman el sol en las playas y degustan algunos de sus productos culturales y culinarios. No obstante, el balance socio-económico en el Mediterráneo se ha desplazado. El juego de suma-cero tradicional en esta área (es decir, que el desarrollo de una de sus orillas es proporcional al subdesarrollo de la otra) se desplaza hacia el sur, por lo que la depresión se hace más radical aún en países como España, Portugal, Italia, etcétera, bajo la presión creciente de los norteafricanos.
El resto del mundo asiste como convidado de piedra al nuevo orden. La costa oeste sudamericana vegeta bajo la influencia china y, en menor medida, de Brasil. El África subsahariana, que crece en términos de población y de renta, trabaja prácticamente para los chinos, que son los dueños de las tierras y las cosechas.
En este escenario se desarrolla la acción. Síntomas de inestabilidad social se han detectado en Pekín y en otras partes de China. Un volcán ha entrado en erupción y amenaza con cubrir durante años con un manto de cenizas el planeta entero. Un virus informático de nueva generación ha paralizado sistemas vitales. Grupos aislados de índole científico-militar están a punto de sintetizar material biológico de consecuencias incalculables. Una pertinaz sequía en África y otras catástrofes climáticas arrasan las cosechas y la producción de alimentos.
Asisto estupefacto a la explicación mientras los chicos siguen jugando con su Play consiguiendo “vidas”.
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