Hay citas que no requieren explicación ni interpretación. Son tan nítidas que resuenan en las experiencias de cada cual. Una de ellas, inmortal, se debe al satírico francés por excelencia, FranÇois de Rabelais. Cuenta en el “Gargantúa” la historia de un viaje en un barco cargado de borregos, en que un tal Panurgo tiene un incidente desagradable con uno de los tratantes de ganado. Para vengarse, Panurgo compra un borrego que arroja acto seguido al mar. Desde allí, el animalito atrae con sus balidos a los demás borregos, que se arrojan tras él sin pensárselo dos veces y, claro está, perecen.
Todos sabemos que la acción descrita es frecuente y se puede aplicar a un buen número de casos: a lo que sucede en los partidos, en las elecciones, en la moda, en el arte, en los incendios de las discotecas, etcétera, o sea, en las situaciones inciertas, subjetivas o estresantes. Pero en estos tiempos, en que abunda todo eso, se ha rescatado la frase, no sin motivos, para describir el absurdo comportamiento de los mercados, esos que suelen presentarse como modelos de racionalidad y buen juicio. En la experiencia económica tenemos el tópico ejemplo de la “estampida del bisonte” que acontece cuando en una situación de pánico bursátil la manada sigue en tromba al primer ejemplar que sale disparado hacia ninguna parte. Pero lo de los borregos es más matizado y realista, me parece a mí, pues cuenta con el toque de mansedumbre con que la manada afronta su destino fatal.
Bernard Cassen, un economista lúcido, presidente honorario de ATACC, ha escrito al respecto un artículo con este título: “¡Todos al agua, como los corderos de Panurgo!” como modo de resumir la situación, más trágica que cómica, de los gobiernos europeos que siguen a pie juntillas la estampida que encabeza Ángela Merkel con la seguridad de ir derechos al matadero. No es el único que lo dice. En el “Manifiesto de Economistas Aterrados”, otra obrita de la que recomiendo encarecidamente su lectura, otros economistas afamados, pero no borregos ni paniaguados, como Philippe Askenazy, Thomas Coutrot, André Orléan y Henri Sterdyniak, refieren lo mismo.
“Cualquiera que tenga un poco de sentido común –dice Cassen en su artículo- difícilmente comprenderá cómo, dentro de un conjunto económico tan integrado como la UE, una yuxtaposición de planes irracionales de austeridad con el objetivo de reducir la deuda pública podría llevar a un crecimiento de los países involucrados. Semejante ejemplo de pensamiento mágico da cuenta del desconcierto e incluso del pánico de los Gobiernos Europeos. Todos han claudicado ante Berlín, capitulando ante el más poderoso. El problema es que el modelo alemán no es exportable a sus socios, salvo que éstos busquen su autodestrucción. Un modelo que se basa en el estancamiento del consumo y en los excedentes comerciales, puede que interese a Alemania, pero arruina a todos los demás”. A la propia Alemania, se podría añadir, como le sucedió finalmente a Panurgo.
La estampida provocada por la canciller no obedece solamente a una suerte de moralina, muy del gusto teutón, de que, ante todo, hay que ser austeros: son intereses a corto de la parte alemana. Pero, ay, los borregos la siguen a ciegas.
“Los Economistas Aterrados”, por su parte, advierten de las falacias que han calado en la manada, tales como que los mercados financieros son eficientes (cuando no lo son y a la vista está), que favorecen el crecimiento económico (será más bien las remuneraciones de accionistas y gestores), que los mercados son buenos jueces de la solvencia de los estados (¿); que al alza excesiva de la deuda pública es consecuencia de un exceso de gasto (¿de quién, exactamente?); que hay que tranquilizar a los mercados financieros para poder financiar la deuda pública; que la UE defiende el modelo social europeo (¿), y otras cosas por el estilo.
Pero no hay nada que hacer si los borregos no lo ven. Hay incluso otras maneras más rápidas y electrizantes de morir. Enchufen por ejemplo Intereconomía.
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