lunes, 22 de noviembre de 2010

El problema no es la corrupción

Lo que está en juego no es la supervivencia de un determinado partido o de un sistema de partidos concreto. La elección, se dice, está entre liberalismo y democracia. Si mantenemos el dinero desnudo, el "enriquecéos", "la mejor política industrial es la que  no existe", "privaticemos", "desregulemos" y demás leitmotivs del discurso político mundial repetido por el Fondo Monetario Internacional, la Banca Mundial y la reunión del Grupo de los Siete (G-7), no nos extrañemos de que haya corrup­ción, aumenten las desigual­dades, las cri­sis ([1]). La corrupción no sería causa primera, sino el efecto de una causa más profunda. La corrupción, así, no es el problema y ése es el pro­ble­ma: que se nos plantea como EL problema.

Las medidas que anteceden son poco viables y valdría la pena terminar preguntándonos por qué. Una respuesta posible es el posible nexo entre las elites con información privilegiada (el "capitalismo" del que hablaba Braudel) y la corrupción. Si yo entiendo bien lo que sucede, el rechazo de la corrupción se produce, y hay veces en que no es hipócrita ni refleja un "no están maduras", en las capas medias de la sociedad, las que, como "tercer estado", más interesa­das pueden estar en mantener la democracia y las que suelen mostrar mayor sensibilidad hacia los planteamientos éticos. Las elites no están en esa onda: poco tiene que ver con sus intereses inmediatos. Y si el proceso de concentración en las elites mundiales es cierto (no digo que sea fácil verificarlo), por una vez puede que también sea cierto que la ideología dominante mundial no es la de la clase dominante mundial sino la que sirve a los intereses de las clases dominan­tes. Seguiremos, pues, hablando de nuevas y benévolas tecnologías (aunque destruyan empleo) y diciendo que EL problema es la corrupción.


     [1].   René Dumont y Charlotte Paquet, Misère et chômage. Libéralisme ou démocratie, Le Seuil, París, 1994.

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