(Publicado hace 15 años)
Para prevenir la corrupción hay que saber cómo funciona. Quizás valga la pena recordar ([1]) que:
Para prevenir la corrupción hay que saber cómo funciona. Quizás valga la pena recordar ([1]) que:
1.- La corrupción es un intercambio entre varios actores: hay oferta y hay demanda. Por lo menos es cosa de dos, el corruptor y el corrompido, y no hay por qué pensar que siempre es uno de ellos (el corruptor, por ejemplo) el que inicia la transacción. Cualquiera de los dos puede hacerlo.
2.- La corrupción produce corrupción: "Si el otro se ha aprovechado para forrarse, ¿por qué no yo cuando me llegue el momento de mangonear?". Y todavía más si se extiende la opinión de que la corrupción está muy difundida, que todos son corruptos y han sido corrompidos: el que no lo está, sintiéndose excepcional, puede pensar que lo mejor que puede hacer es conformarse a los comportamientos de la mayoría. El "caso Sanz" es un ejemplo cargado de presagios.
3.-Suele haber incertidumbre sobre el resultado del objeto de la transacción: su resolución no mecánica sino que hay un elemento discrecional (se puede retrasar en el tiempo, la cuantía puede alterarse, las especificaciones pueden ser cambiadas etc.) y una complejidad de la que el profano queda separado. Un caso bien típico es la aplicación estricta de la legislación vigente al enemigo y la interpretación benigna al amigo. La percepción de esa arbitrariedad refuerza las tendencias hacia la corrupción.
4.- Hay secretismo: el mecanismo de decisión no es transparente. A veces, ni siquiera es público quién decide realmente y uno de los bienes más codiciados es precisamente esa información.
5.- Por lo menos en un eslabón de la cadena de decisiones hay un ejercicio monopolista del poder (puede ser la firma del secretario general o el funcionario que lleva el expediente de las gasolineras de un despacho a otro o el director general que decide quién construye el cuartel). Si hay un momento en que la decisión de por dónde trazar en el plano la raya que separa el suelo urbanizable del no urbanizable se toma "porque sí", la probabilidad de que quien tal cosa puede hacer sea abordado con propósitos de corromperlo es alta.
Bajo estas premisas, las acciones a emprender podrían ser:
1.- Seleccionar al personal no sólo por su "capacidad" sino también por su "honestidad". Es posible (no es fácil) saber de comportamientos anteriores (de Roldán, por ejemplo, parece que se sabía ([2])) y parece ser que hay "predictores" de honestidad aunque, instintivamente, yo no crea en ellos. Pero, por ejemplo, poner a un enfermo de alcoholismo o a un ludópata en un puesto de responsabilidad es un riesgo demasiado elevado. Casos hay.
2.- Disminuir la necesidad de obtención de rentas corruptas y dar a entender con claridad que no se toleran haciendo ver que las pequeñas corrupciones también cuentan. Por ejemplo, dietas cobradas en tiempo de jornada laboral o pago de dietas por trabajos no realizados como forma de "comprar" la lealtad feudal universitaria ([3]).
3.- Premiar acciones específicamente honestas y utilizar refuerzos positivos no necesariamente monetarios.
4.- Reestructurar la relación agente-cliente de forma que se elimine la combinación -inductora de corrupción- de monopolio, discrecionalidad, secretismo y escasez de rendición de cuentas.
5.- Aumentar la competencia real entre proveedores, respetando las bases de contratación y haciendo que sean igualmente secretas para todos los competidores.
6.- Reducir la discrecionalidad mediante una clara definición de objetivos, reglas y procedimientos.
7.- Evitar, siempre que sea posible, al actor que toma la decisión de forma aislada. Es mejor el trabajo en grupos sometido a revisión jerárquica y con auditores externos para los niveles más altos que el "experto" aislado que decide sin que nadie le vea.
8.- Dividir las decisiones importantes en tareas separables administrativamente de forma que nadie tenga la "llave" final de la decisión.
9.- Rotación de funcionarios.
10.- Fomentar la agrupación de proveedores con el fin de hacerlos menos susceptibles de corrupción y, sobre todo, de crear entre ellos un grupo de presión anti-corrupción.
[3]. Debe de haber algo más que la "endogamia" cuando hay profesores de universidad como quien afirma ser "testigo presencial y próximo de nepotismos, de francachelas a costa del erario público, de la vileza de quien aspira a una titularidad y prescinde de su sentido del honor, de las tiranías feudales de los directores de tesis, de los cambalaches ignominiosos de los tribunales internos que deciden quién es y quién no es digno de integrarse en el gremio, de los partidismos obligatorios para obtener una prebenda ruin, de los flagrantes acosos sexuales, de los flagrantes acosos morales, del escándalo común de que se anteponga la voluntad de conseguir un poder inmediato a los antañones principios predicados hipócritamente por doquier, de la usurpación del legítimo derecho a disentir en aras de un programa gregario y corporatista. Es esta, en fin, una Universidad desalentadora y corrupta". Alejando Montiel, "Vicios privados, virtudes públicas", El viejo topo, Nº 73, marzo, 1994, p. 58.
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