lunes, 27 de diciembre de 2010

Viajar a USA

Me preguntó Pepe el otro día en la mesa si había estado recientemente en los Estados Unidos. Le dije que no, aunque había recibido un par de invitaciones. La razón sigue siendo la misma. Si voy, va a ser por cosas de trabajo y para eso tengo que rellenar una serie de formularios a cuál más tonto. Ignoro si todavía tendría que responder a la pregunta de si tengo intención de matar al presidente de los Estados Unidos. Pero sí sé que en Barajas los altavoces recuerdan que los que viajan a dicho país tiene que estar en la puerta de embarque hora y media antes del vuelo. Ahora me encuentro con que los escaners corporales, esos que te desnudan hasta la piel, no son seguros, es decir, que es posible introducir explosivos sin que el escáner lo detecte (por ejemplo, en alguna cavidad corporal). Pero no hace falta tanto: basta con la ballesta de un paraguas plegable, que no da problemas con los rayos equis, pero que sí puede dar problemas a la yugular de una azafata. Un piloto estadounidense ha mostrado en youtube los fallos que tiene tanta histeria (la frase es mía) con respecto a la seguridad.
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Total, demasiados argumentos para no plantearme dicha visita que, según mi costumbre y mis posibilidades, no tendría que ser turística.
Mi primer visado para los Estados Unidos lo obtuve a finales de los 60 en el consulado de Barcelona. Se exigía una entrevista personal y el funcionario que me atendió me preguntó si hablaba inglés (él no hablaba castellano ni, por supuesto, catalán). Le mentí y le dije que no, así que trajeron un intérprete. El funcionario me preguntaba en inglés y yo contestaba de inmediato en castellano sin esperar al traductor que, él sí, traducía al inglés al funcionario que volvía a preguntarme en inglés y yo a contestar en castellano para que me lo tradujesen al inglés. Fue divertido. Pero ahora tengo juegos mucho más divertidos que pasar por el escáner dos horas antes del vuelo.
Todo esto no quita para mi admiración hacia aspectos de la vida estadounidense. Que una candidata al senado use dinero de la campaña para gastos personales, allí no sólo es un delito sino que es perseguido judicialmente. En España, de producirse (no la apropiación indebida, que sí se produce, sino la judicialización), sería por ajustes de cuentas dentro del propio partido y lo que sería extraño no es que se produjese la apropiación sino que se castigase.

jueves, 23 de diciembre de 2010

un año bajo el signo del miedo

Un año bajo el signo del miedo

José Asensi Sabater

El año transcurrido ha sido bueno para los que cuentan con recursos, seres sin problemas que han tenido la oportunidad de elegir y de optar para mantener su capital a buen recaudo. Para la gente del común, para las empresas pequeñas y medianas, ha sido un tiempo de angustia y desesperanza.

Dado que el epicentro de la crisis se sitúa bajo nuestros pies, varias cosas se han puesto de manifiesto: la primera es que el estilo de vida occidental está tocado. El Estado, el anciano ente soberano, se ha desvanecido como un espejismo, y con él la promesa de cohesión social por la que, en gran medida, se justificaba. Entre la arrogancia del gran capital, por un lado, y Wikileaks por otro, le han despojado de sus ropajes, dejándole a la intemperie. El vacío creado ha sido ocupado por otros poderes que se mueven a sus anchas sin más límites que los que así mismos les place darse.

La crisis ha venido a mostrar que la relación de confianza entre la gente y sus representantes políticos ha hecho aguas. La democracia, tal como se entendía, ha resultado seriamente dañada, de suerte que la distancia entre el comportamiento errático de la clase política y el electorado no ha hecho más que agrandarse hasta adquirir dimensiones abismales. Los partidos políticos y otros entes representativos del trabajo o de la empresa han adquirido un aire fantasmal, por lo que no es de extrañar el descrédito que les afecta. Tanto da que se trate del grupo en el poder como del grupo de recambio, puesto que uno y otro obedecen a mandatos que no son los de sus votantes.

La batalla, en fin, contra los autores y los instrumentos del estropicio que padecemos no sólo no se ha ganado sino que los más han sido derrotados. Verdaderamente se puede decir que el siglo XXI, que debutó con la siniestra destrucción de las Torres Gemelas, se ha visto confirmado con la ola devastadora de la crisis. Las cosas, pues, no serán jamás como fueron.

Cuesta entender, sin embargo, que cambalaches tales como el que la deuda privada se haya convertido en pública -para que los ventajistas multipliquen aún más sus ganancias en el gran casino de las finanzas globales, donde abundan los estafadores- se haya consumado sin que la multitud de damnificados alce su voz. Motivos para ello hay, pero algo lo impide.

Lo que lo impide, a mi modo de ver, es el clima gélido de miedo que se ha expandido por doquier hasta penetrar por los poros y las mentes de la gente. El miedo es libre, sin duda. Pero estamos ante un miedo inducido, sistémico, que suele ser el acompañante oscuro de todas las grandes crisis. Un miedo que emana de distintas fuentes, desde los discursos aparentemente inocentes y entretenidos que ponen fecha a la llegada del fin del mundo, en sus distintas variantes escatológicas, hasta los relatos más verosímiles que hablan de que el planeta ha llegado a rebasar sus límites y que el crecimiento por el crecimiento no es una buena idea.

En este escenario cada cual recrea y agudiza sus propios miedos. Temor a los mercados y a sus cábalas. Temor a perder señas de identidad. Miedo a los chinos, a los desastres potencialmente mortíferos de guerras por venir. Miedo al terror, que a veces se confunde con el Islam. Miedo a quedarse sin empleo o a no recuperarlo. Miedo al otro, sea inmigrante o extranjero. Miedo al futuro, a los recortes y el empobrecimiento. Miedo a hablar y a manifestarse, bajo la amenaza de un temor inconcreto que divide cualquier movimiento de protesta, que estrangula la autoestima y bloquea todo atisbo de esperanza.

El mensaje que cabría dar en el año de comienza es, precisamente, sacudirse el miedo de encima. No sabría decir cómo se hace esto y cómo sería posible superarlo desde las situaciones más o menos desventajosas en las que cada cual se encuentra. Sí creo que las ideologías del siglo XX ya no son un refugio seguro ni cabe encontrar en ellas una guía tranquilizadora. Creo también que la propia situación genera anticuerpos. Se trata de aceptar el hecho de que el mundo es como es y no como nos gustaría que fuera, pero que puede ser cambiado, al igual que nuestras vidas.

Otra prueba

"Hay algo profundamente erróneo en la forma en que vivimos hoy. Durante treinta años hemos hecho una virtud de la búsqueda del beneficio material; de hecho, esta búsqueda es todo lo que queda de nuestro sentido de un propósito colectivo. Sabemos qué cuestan las cosas, pero no tenemos idea de lo que valen. Ya no nos preguntamos sobre un acto legislativo o un pronunciamiento judicial: ¿es legítimo? ¿Es ecuánime? ¿Es justo? ¿Es correcto? ¿Va a contribuir a mejorar la sociedad o el mundo? Éstos solían ser los interrogantes políticos, incluso si sus respuestas no eran fáciles. Tenemos que volver a aprender a plantearlos…”.
JUDT, Tony (2010), Algo va mal, Taurus, Madrid, pág. 17.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

creidos y descreidos

Se dice que la gente anda descreída. Lo que se quiere decir en realidad es que ya no cree en el sentido fuerte de la expresión. En síntesis: se quiere decir que ya no se cree en Dios. Y esto tiene su importancia, porque la "verdad" no se contrapone a la "creencia", sino que se basa en ella. Una creencia en un absoluto, como Dios es, proyecta una Verdad absoluta.
Tras la "muerte de Dios", esto ya no es posible. Ningún absoluto certifica ya la Verdad. Habrá que acostumbrarse.
Gracias por tu reflexión, José María

Julian Assange

Julian Assange

José Asensi Sabater

El acontecimiento del momento, dejando a un lado la crisis económica y sus efectos, es la irrupción en la escena mundial de Julian Assange y de su herramienta virtual de la “verdad” de la era global, Wikileaks.

Sobre el escurridizo Assange, líder de Wikileaks, se sabe casi todo: no vamos a descubrirlo aquí. Ha hecho saltar candados que guardan celosamente los secretos de Estado, sorteando los intricados códigos encriptados o sin encriptar y poniendo al descubierto una parte de la realidad oculta que, antes de Wikileaks, sólo era contrastada (si bien intuida) tiempo después de que los hechos se hubieran enfriado. Si algo se puede decir de la era global es esto: el presente. Los acontecimientos se dan en tiempo real. El futuro es ahora.

La principal víctima del zarpazo de Wikileaks es el Estado (más bien su concepto), en cuanto que el Estado venía definido en los manuales como un ente autosuficiente, es decir, soberano, y en cuanto que guardaba la memoria de sus relaciones con otros estados, con amigos y enemigos, interiores o exteriores, y necesitaba ocultar la información sensible para preservar su seguridad y velar sus intenciones. La crisis del Estado es un viejo tema que tiene por lo menos cien años de historia: Wikileaks le ha dado la puntilla al señalar que el rey está desnudo. ¡Bienvenidos al presente!

Por el momento, el punto de mira de Assange está fijo en la superpotencia norteamericana, lo que no es casual. Desvelar la gestión de la superpotencia en las guerras de Afganistán o Irak, el maltrato jurídico y físico de los presos de la Base de Guantánamo, el comportamiento de los soldados y las violaciones de los derechos humanos, son sin duda hechos noticiables que el público tiene derecho a conocer y los periódicos a publicar para general conocimiento. También entra en la categoría de lo noticiable, por ejemplo, la sensible acogida por parte de sectores del poder judicial español a las presiones de la diplomacia norteamericana, obsesionada con evitar las peores consecuencias de la ley de jurisdicción universal por delitos de lesa humanidad o por los “vuelos de la muerte”, todos ellos hechos denunciados en su momento sin mayores consecuencias.

Otros “papeles” publicitados por Wikileaks no entran, sin embargo, en la categoría de lo noticiable, a mi modo de ver. La última entrega, por ejemplo, que pone al descubierto opiniones e informes de la diplomacia norteamericana en sus encuentros y conversaciones con líderes de diversos países roza el chismorreo político. Salvo para los analistas de la condición humana, saber qué piensa el embajador de turno de Zapatero, Rajoy, Merkel, Putin, Medvédev, Sarkozy, etcétera, no aporta gran cosa y se desliza hacia el reality show. Toda diplomacia se desenvuelve en un contexto paranoico y utiliza dos lenguajes: el propiamente diplomático, ajustado a la cortesía y a las reglas, y el normal, que transmite en secreto a sus jefes.

La cruzada del ciudadano Assange por la transparencia y la “verdad” tiene aspectos claro-oscuros: claros, cuando delata crímenes y tramas criminales del poder que toda persona civilizada condenaría; oscuros, cuando pone en peligro la seguridad de personas y de colectivos enteros. A mi me parece que Assange, cuando aboga por la total transparencia en su lucha contra los poderes establecidos, se dirige a un auditorio ideal que, al parecer, no tiene en cuenta que el “polemos” existe, o sea, guerras, militares o simplemente económicas, amenazas, discursos contradictorios y éticas diferentes. Los gestores a su turno de los Estados pueden estar podridos, pero los Estados proporcionan seguridad frente a amenazas reales o potenciales. Desnudar al poder no puede ser un objetivo en sí mismo, pues otras instancias asimismo poderosas se aprovecharán de ello.

En el mundo real el secreto tiene que existir en alguna medida, aunque ya no bajo la forma grosera del secreto de estado de épocas pasadas. También las personas (de las cuales el Estado es reflejo) necesitan un reducto de secretos. La transparencia total haría de la sociedad algo inaguantable e imposible. De ahí que un fino analista, Miguel Angel Bastenier, diga de Assange que pertenece a una “corriente ácrata, de origen protestante puritano, lejanamente basada en el libre examen de la Biblia, furibundamente reivindicadora de los derechos individuales” y que “cualquiera que sea su religión o ideología –si la tiene- no es un activista de derecha o de izquierda, sino un ciudadano en rebelión contra las instituciones”.

Con Wikileaks el mundo ha dado otra vuelta sobre su eje. Es el ángel y el demonio deconstructor. Su vida, por tanto, corre peligro.