viernes, 16 de diciembre de 2011

un túnel sin salida

José Asensi Sabater

Ando estos días bajo de forma mental y me acerco a algunos colegas europeístas de pro para ver si me levantan un poco la moral y me ayudan a descifrar lo sucedido en la última reunión del eurogrupo. Porque europeístas, haberlos haylos, aunque con el paso de los años y a la vista de la marea neoliberal que rige los destinos del continente, la pasión de los amigos cede cada día ante la perspectiva de un túnel sin salida.

La derecha que construyó Europa en sus inicios era una derecha democristiana que conservaba el recuerdo de la guerra: los De Gasperi, Adenauer, Schuman, Monnet, los Khol, etcétera -además de otros muchos socialdemócratas- sabían muy bien que la integración era el único camino para redimir a Europa de sus demonios seculares. Era gente que, por otra parte, albergaba la esperanza de que Europa llegaría a ser un actor político potente en el espacio abierto de la globalización.

De aquéllos líderes no queda rastro. Ocuparon su lugar una generación de personajes estrafalarios, como Berlusconi, o inclasificables, como Sarkozy, Merkel (de la que analistas independientes no alcanzan a dilucidar si es que no sabe por dónde va, si es simple testaferra de los bancos alemanes y los rentistas, o si es una visionaria que nos llevará al cielo de un nuevo Imperio: yo me quedo con lo segundo) y otros líderes por el estilo, que finalmente se han transmutado en dóciles empleados, a veces en el sentido estricto de la palabra, de los magos de las finanzas.

Dicen los optimistas que Europa siempre ha salido reforzada de las crisis y que, al borde del abismo, ha sabido encontrar el camino para rehacerse y avanzar. Así ocurrió en sus orígenes, con la creación de la CECA, con el Tratado de Roma, y más tarde con el Tratado de Mastrique, todos ellos espoleados por sendas crisis que empujaron la construcción europea. Por tanto, dicen, cabe esperar una reacción parecida.

Pero la crisis actual tiene una naturaleza distinta. Desde los años setenta, la política en el mundo occidental y desarrollado se ha deslizado hacia un modelo económico donde el elemento central es el crédito y las finanzas. Al desmantelamiento de la industria, siguió un modelo basado en alimentar una gigantesca burbuja financiera, cuyo estallido ha producido la mayor crisis que se recuerda. Este modelo va en la dirección contraria de lo que fue el pacto social y político que dio origen a lo que hoy es la UE y, por supuesto, es diametralmente opuesto a lo que disponen las Constituciones de los Estados que son parte de ella. De ahí el interés de modificar las Constituciones –reformas que se llevan a cabo con una ciudadanía clamorosamente ausente- para que no sean obstáculos al desarrollo de las políticas neoliberales.

Porque el juguete europeo ha devenido en eso: en un mecanismo mediante el cual los Estados ceden soberanía, pero esos mismos Estados la recuperan luego duplicada en la UE a través de gobiernos, en este caso abrumadoramente conservadores, liberales, tecnócratas o no se sabe qué, para no tener que rendir cuentas ante sus ciudadanos con el pretexto de que son decisiones “europeas”. No es correcto decir que los Estados pierdan soberanía: la recuperan, pero sin responsabilidad alguna por su parte.

Siguiendo esa pauta, el último Consejo Europeo bien se puede decir que ha sido un Consejo contra el empleo. A pesar de haberse constatado que las recetas procedentes de la UE, bajo el directorio franco-alemán, no han servido de nada para atajar la crisis y que más bien, por el horizonte, aparece el espectro de la recesión y, tal vez, de la deflacción; a pesar de que, por otra parte, los mercados continúan insaciables a la caza del eslabón débil y la prima de riesgo amenaza con ahogar al naufrago, los líderes han seguido erre que erre poniendo al objetivo del déficit y el pago de la deuda por encima de cualquier otro tipo de consideración, hasta que se cierre el círculo diabólico de la recesión y el paro.

Hay países que tal vez puedan resistir las tasas de desempleo que se cierne sobre ellos, pero España no está entre ellos. Con tasas del veinte por ciento y en ascenso, el último Consejo Europeo es un golpe letal. Hasta el mismo Rajoy, cuyo mensaje central es el empleo, parece que se da cuenta de que está metido en un buen lío, por lo que después de dar los gritos de rigor, alabando las medidas de Merkel, empieza a balbucear que hacen falta otras medidas para animar el crecimiento. Todavía no es consciente de que al aumento del paro y al recorte de salarios, seguirá el desmantelamiento del Estado de bienestar. El ideal social que se persigue no es todavía China, pero se acerca mucho al de algunos países latinoamericanos. Como ven, la moral sigue por los suelos.