lunes, 28 de marzo de 2011

debates nucleares

José Asensi Sabater

No se puede parar el debate nuclear después de lo que está pasando en Japón. Sería algo así como dejar de hablar del cuestionamiento de las farmacéuticas después del fiasco de un medicamento letal. Y ha habido bastantes casos de estos.

El problema consiste, parece ser, en evaluar costes y beneficios, riesgos y ventajas, de una energía que tiene evidentes problemas para ser controlada. Es cierto que técnicamente su control es posible, pero hay otros aspectos importantes que no están resueltos: los riesgos a que se ven expuestas las centrales, sean riesgos naturales, guerras, atentados o fallos humanos, y por otra parte, está el problema de qué hacer con los residuos, cuyos efectos mortíferos se prolongarán por decenas de miles de años como una huella imborrable de nuestra forma de afrontar la vida en este planeta. Por otra parte, se puede discutir si esta fuente de energía es necesaria o si, en el horizonte de los próximos veinte o treinta años, hay alternativas viables.

Muchos dirán que es mejor desterrar las centrales nucleares, estableciendo plazos para el cierre de las que están en funcionamiento e impidiendo la construcción de otras nuevas. Normalmente a esta tesis se acompaña la propuesta de que hay que invertir más en energías alternativas, blandas y limpias. Y ciertamente el futuro pertenece a este tipo de recursos, pero en el momento presente, en que la energía barata es condición necesaria para seguir creciendo, especialmente por parte de los países en desarrollo (y para mantener el estilo de vida occidental) así como para salir de la fosa de la crisis, la pregunta es si las energías alternativas son suficientes y asumibles en términos de coste económico.

Se dirá que las energías limpias serían más baratas si a ellas se destinara más dinero en investigación; pero se trata de un desideratum que no parece tener eco, aquí y ahora, en los que tienen que invertir. Hay otras propuestas, que más bien suenan a recomendaciones bienintencionadas, como las que animan a la gente a restringir el consumo cotidiano. Creo sinceramente al respecto que sería admirable que cada cual tratase de evitar el despilfarro y la estridencia consumista, pero no creo que se alcanzaran resultados significativos a gran escala.

Lo que demuestra el fiasco nuclear de Japón es que la energía no es algo que fluye más allá y al margen de las condiciones de vida, sino que está vinculada al modo de producción existente, que hoy es, a lo largo y ancho del planeta, un modelo capitalista y consumista. Todas las ideologías fuertes, liberales o comunistas, es decir, todas las ideologías vinculadas a una idea de progreso, de desarrollo y de crecimiento, fueron y son amantes de la energía nuclear. Tanto en Europa y Estados Unidos como la Unión Soviética y sus satélites. Ahora toca el turno a los países en plena explosión desarrollista, y por qué no, a la miríada de otros países que necesitan energía barata para continuar creciendo.

Así que no hay salida ni remedio. Antiguos marxistas, reconvertidos en anti-nucleares, como Carlos Taibo, promueven el ascetismo en el consumo como remedio. Viejos ecologistas, por el contrario, como Lovelok, se pronuncian hoy por la energía nuclear como salida, aún sabiendo que la muerte del planeta es inevitable.

Está muy bien que se discuta y que unos y otros tiren de un lado u otro de la cuerda, pero el dilema es otro, desolador: porque si el mundo no va a parar en su objetivo del crecimiento, la energía que se empleará será la más barata, no la más eficiente. Y si, por el contrario, el objetivo es proteger el planeta a toda costa, entonces el problema es si esto se consigue con una democracia o con una dictadura.

jueves, 24 de marzo de 2011

Libia y la ONU

José Asensi Sabater

La guerra siempre es un mal camino lo diga quien lo diga. pese a que hay casos extremos en que se hace inevitable.

Una de las más altas metas de la humanidad es desterrar el recurso a la guerra y, de alguna forma, este fue el principal objetivo que se fijó la ONU desde su nacimiento, a resultas de la deplorable experiencia precedente de la Sociedad de Naciones. Desde que se aprobó la Carta, las guerras como tales están prohibidas. Ya no existe, formalmente, el acto de declaración de guerra. Sólo está permitido participar en un conflicto armado por causa de legítima defensa y con la autorización del Consejo de Seguridad.

Habría que ver, sin embargo, si el sistema onusiano es hoy un dispositivo adecuado para lidiar con las guerras de “baja intensidad”, locales o regionales y, sobre todo, con las revoluciones internas que desembocan en conflicto abierto. El sistema de la ONU, donde permanece anquilosado el privilegio de veto otorgado a las grandes potencias, se diseñó a partir de la experiencia de la segunda guerra mundial, pero es discutible que sirva para encauzar los conflictos actuales. Pensemos que la ONU sigue siendo un foro donde no se da precisamente una magna representación de países democráticos y respetuosos con los derechos humanos. Aunque por otra parte es la última instancia en materia de legalidad internacional.

El papel de la ONU se asentó sobre un principio fundamental: el respeto a la soberanía de los Estados y a su integridad territorial. Éste era el punto fuerte del modelo. Pero poco a poco se fue introduciendo un criterio adicional (que no figura en la Carta) que, en cierto modo, entra en contradicción con el anterior: la defensa de los derechos humanos allí donde estos son violados por las propias autoridades locales. En los últimos tiempos la ONU ha autorizado la intervención armada o no, previa o posterior, por aire o por tierra y con distintos condicionantes, cuando se trata de poner fin a crímenes contra la humanidad, genocidios y otras violaciones graves de los derechos humanos.

Pero una intervención bajo la justificación de salvaguardar los derechos humanos tiene perfiles ambiguos. Sabemos que en muchos países se violan derechos humanos y se cometen genocidios y masacres. Sabemos también que el mundo está plagado de dictadores y autócratas. Entonces, lo que resulta en la escena real –y por lo que se duda de la coherencia de la ONU- es que unas veces sí y otras no, es decir, que la intervención por estos motivos es selectiva, coincidiendo con la relevancia de los recursos del país en cuestión y los intereses de los más fuertes. Todos sabemos que cuando se aprobaba la última resolución de Libia, tropas árabes entraban en Baréin no precisamente de vacaciones y el régimen sirio lanzaba a su policía contra los manifestantes con un alto saldo de muertes.

El caso libio es por supuesto diferente del caso irakí. Sobre esta cuestión no hay duda. Pero hay zonas de sombra, tanto en las resoluciones del Consejo de Seguridad como en la situación de hecho sobre la que operan. En Libia no se ha producido exactamente una protesta ciudadana y una represión subsiguiente de alcances genocidas, sino un levantamiento armado que ha puesto al país en situación de guerra civil. El propio coronel Gadafi comparaba su papel de exterminador con la entrada de Franco en la ciudad de Madrid durante la guerra civil española. Así y todo, las resoluciones de la ONU no autorizan a inmiscuirse en la guerra sino únicamente a establecer una zona de exclusión aérea, el embargo de personas concretas del régimen y a tomar todas las medidas necesarias para impedir la violación de los derechos de la población, esto es, evitar que el grandullón, que tiene a su favor su mayor potencia de fuego, de paso que aniquila a los sublevados cause estragos entre gente inocente.

Pero son muchas las incógnitas y las incongruencias que se acumulan en el caso de la intervención en Libia, lo que se refleja en el estado de confusión reinante entre las fuerzas aliadas y en la falta de determinación concreta de los objetivos. Una intervención armada nunca es, exclusivamente, por motivos humanitarios. Incluso para los analistas realistas de las relaciones internacionales, éste nunca debería ser el motivo. Luego debe haber otros. Y de haberlos conciernen principalmente a algunos países europeos, cada cual por específicos intereses de índole interna o de estrategia en el espacio mediterráneo. Francia parece que los tiene y personalísimos (aunque es el único país que, siguiendo el manual al uso de Derecho Internacional, ha reconocido a los sublevados, lo cual le da pie para abastecerlos y equilibrarlos frente al acoso de Gadafi) al igual de Cameron y otros. La posición española fijada por Zapatero y el Congreso es más incomprensible, por idealista, porque se escuda en que la participación española es exclusivamente de índole humanitaria.

Así que hay motivos para estar muy atentos a las acciones que se están desarrollando. Y anteponer ante todo el criterio de que la guerra es el último recurso. No sea que se materialice el viejo dicho maldito: guerras tengas y las ganes.

viernes, 18 de marzo de 2011

los borregos de Panurgo

Hay citas que no requieren explicación ni interpretación. Son tan nítidas que resuenan en las experiencias de cada cual. Una de ellas, inmortal, se debe al satírico francés por excelencia, FranÇois de Rabelais. Cuenta en el “Gargantúa” la historia de un viaje en un barco cargado de borregos, en que un tal Panurgo tiene un incidente desagradable con uno de los tratantes de ganado. Para vengarse, Panurgo compra un borrego que arroja acto seguido al mar. Desde allí, el animalito atrae con sus balidos a los demás borregos, que se arrojan tras él sin pensárselo dos veces y, claro está, perecen.

Todos sabemos que la acción descrita es frecuente y se puede aplicar a un buen número de casos: a lo que sucede en los partidos, en las elecciones, en la moda, en el arte, en los incendios de las discotecas, etcétera, o sea, en las situaciones inciertas, subjetivas o estresantes. Pero en estos tiempos, en que abunda todo eso, se ha rescatado la frase, no sin motivos, para describir el absurdo comportamiento de los mercados, esos que suelen presentarse como modelos de racionalidad y buen juicio. En la experiencia económica tenemos el tópico ejemplo de la “estampida del bisonte” que acontece cuando en una situación de pánico bursátil la manada sigue en tromba al primer ejemplar que sale disparado hacia ninguna parte. Pero lo de los borregos es más matizado y realista, me parece a mí, pues cuenta con el toque de mansedumbre con que la manada afronta su destino fatal.

Bernard Cassen, un economista lúcido, presidente honorario de ATACC, ha escrito al respecto un artículo con este título: “¡Todos al agua, como los corderos de Panurgo!” como modo de resumir la situación, más trágica que cómica, de los gobiernos europeos que siguen a pie juntillas la estampida que encabeza Ángela Merkel con la seguridad de ir derechos al matadero. No es el único que lo dice. En el “Manifiesto de Economistas Aterrados”, otra obrita de la que recomiendo encarecidamente su lectura, otros economistas afamados, pero no borregos ni paniaguados, como Philippe Askenazy, Thomas Coutrot, André Orléan y Henri Sterdyniak, refieren lo mismo.

“Cualquiera que tenga un poco de sentido común –dice Cassen en su artículo- difícilmente comprenderá cómo, dentro de un conjunto económico tan integrado como la UE, una yuxtaposición de planes irracionales de austeridad con el objetivo de reducir la deuda pública podría llevar a un crecimiento de los países involucrados. Semejante ejemplo de pensamiento mágico da cuenta del desconcierto e incluso del pánico de los Gobiernos Europeos. Todos han claudicado ante Berlín, capitulando ante el más poderoso. El problema es que el modelo alemán no es exportable a sus socios, salvo que éstos busquen su autodestrucción. Un modelo que se basa en el estancamiento del consumo y en los excedentes comerciales, puede que interese a Alemania, pero arruina a todos los demás”. A la propia Alemania, se podría añadir, como le sucedió finalmente a Panurgo.

La estampida provocada por la canciller no obedece solamente a una suerte de moralina, muy del gusto teutón, de que, ante todo, hay que ser austeros: son intereses a corto de la parte alemana. Pero, ay, los borregos la siguen a ciegas.

“Los Economistas Aterrados”, por su parte, advierten de las falacias que han calado en la manada, tales como que los mercados financieros son eficientes (cuando no lo son y a la vista está), que favorecen el crecimiento económico (será más bien las remuneraciones de accionistas y gestores), que los mercados son buenos jueces de la solvencia de los estados (¿); que al alza excesiva de la deuda pública es consecuencia de un exceso de gasto (¿de quién, exactamente?); que hay que tranquilizar a los mercados financieros para poder financiar la deuda pública; que la UE defiende el modelo social europeo (¿), y otras cosas por el estilo.

Pero no hay nada que hacer si los borregos no lo ven. Hay incluso otras maneras más rápidas y electrizantes de morir. Enchufen por ejemplo Intereconomía.

miércoles, 9 de marzo de 2011

juegos en el planeta tierra

José Asensi Sabater

Me reúno con unos amigos en su casa a charlar mientras los chicos de éstos, enganchados a la play, juegan con una de esas simulaciones que consisten en “ganar vidas” para hacerse con el arma definitiva. Como yo siento curiosidad ante la complejidad de los escenarios y las historias que allí se desarrollan, me explican de qué se trata.

Año 2025. China se ha convertido en la potencia planetaria indiscutible. Debido a su poderío económico y militar no ha sido necesario emplear la fuerza (pese a algunas escaramuzas brutales) para doblegar a Japón, que se ha convertido en un satélite más. El potencial tecnológico de los japos se ha puesto al servicio del control chino en toda Asia. El yuan es moneda de uso corriente en prácticamente todo el mundo.

Estados Unidos hace tiempo que ha caído en un declive sin retorno. Las causas de ello se explican sumariamente. Hacia 2016 no puede resistir la presión de la deuda. China deja de exportar sus productos a los mercados norteamericanos, los cuales son sustituidos por el mercado interno chino y de otros países bajo su control. Como ya no tiene sentido seguir financiando el consumo estadounidenses, China deja caer el dólar. El poderío militar norteamericano, que había resistido algunos años a pesar de la debilidad de su economía, se hace insostenible, no sin antes llevar a cabo algunas acciones terroríficas. Muchas ciudades norteamericanas están despobladas y las hambrunas se extienden por amplias zonas de su territorio.

Rusia, segunda potencia en la jerarquía planetaria, ha girado en redondo. Sus ingentes recursos ya no fluyen hacia Europa sino hacia Asia. Tratados de amistad con China aseguran a los rusos una relativa independencia, pero su capacidad militar está delimitada y su economía expuesta a los ataques cibernéticos chinos (al igual que el resto de los estados, empresas y gentes de todo el mundo).

Europa, por tanto, no cuenta, ni siquiera Alemania, que hace vanos esfuerzos por mantener una cuota propia de producción y el consiguiente control relativo de su periferia. Lo que queda del bloque europeo, a la deriva, ha disminuido en dos terceras partes su nivel de renta, aunque sigue siendo un destino apreciado por contingentes de turistas asiáticos que toman el sol en las playas y degustan algunos de sus productos culturales y culinarios. No obstante, el balance socio-económico en el Mediterráneo se ha desplazado. El juego de suma-cero tradicional en esta área (es decir, que el desarrollo de una de sus orillas es proporcional al subdesarrollo de la otra) se desplaza hacia el sur, por lo que la depresión se hace más radical aún en países como España, Portugal, Italia, etcétera, bajo la presión creciente de los norteafricanos.

El resto del mundo asiste como convidado de piedra al nuevo orden. La costa oeste sudamericana vegeta bajo la influencia china y, en menor medida, de Brasil. El África subsahariana, que crece en términos de población y de renta, trabaja prácticamente para los chinos, que son los dueños de las tierras y las cosechas.

En este escenario se desarrolla la acción. Síntomas de inestabilidad social se han detectado en Pekín y en otras partes de China. Un volcán ha entrado en erupción y amenaza con cubrir durante años con un manto de cenizas el planeta entero. Un virus informático de nueva generación ha paralizado sistemas vitales. Grupos aislados de índole científico-militar están a punto de sintetizar material biológico de consecuencias incalculables. Una pertinaz sequía en África y otras catástrofes climáticas arrasan las cosechas y la producción de alimentos.

Asisto estupefacto a la explicación mientras los chicos siguen jugando con su Play consiguiendo “vidas”.

jueves, 3 de marzo de 2011

Alicante

José Asensi Sabater

Oigo con más insistencia que de costumbre que Alicante, una de las ciudades más importantes de España, no cuenta en el escenario político, que es la cenicienta de la Comunidad Valenciana, poco menos que una barriada de la ciudad del Turia. De ser cierto, y algo debe haber, no sería extraño que se estuviera gestando una nueva versión del “alicantinismo”, esa tentación latente que se basa en el victimismo ante Valencia y en la “defensa” de los intereses propios.

Es que resulta –me dicen algunas personas con las que me reúno a charlar- que apenas hay alicantinos, nacidos aquí, que nos representen: casi todos son forasteros que han aterrizado en diferentes momentos. En este sentido, pensé yo, no faltan datos. Exceptuando a José Luis Lassaletta, alicantino de pro, todos los alcaldes posteriores proceden de los más variados lugares. Angel Luna nació en Madrid y llegó aquí siendo joven, enviado por Alfonso Guerra. Luis Díaz Alperi es asturiano, la actual alcaldesa, Sonia Castedo, gallega de origen, y Elena Martín, madrileña.

Si nos fijamos en las personas relevantes que han ocupado escaño por la circunscripción de Alicante o sitial de edil en el Ayuntamiento nos encontramos con que Eduardo Zaplana era cartagenero ¡y llegó a Presidente de la Generalitat! Angel Franco es natural de Almanza, provincia de León. Leire Pajín procede de San Sebastián, al igual que su familia. Juana Serna es de Albacete. Fernández Valenzuela, de Extremadura. Roque Moreno, natural de Ceuta, etcétera. Me dicen, dato que no tengo comprobado, que de los actuales ediles socialistas tan solo uno o dos son nacidos en Alicante.

Lo mismo sucede, por ejemplo, en la Universidad. Todos los rectores sin excepción llegaron de otros lugares de España: Antonio Gil Olcina era murciano, Ramón Martín Mateo de Valladolid, Andrés Pedreño igualmente cartagenero, Salvador Ordóñez, el inédito, era de Asturias, e Ignacio Jiménez Raneda, el actual rector, de Alagón, provincia de Zaragoza.

Y así podríamos repasar otros ámbitos periodísticos, culturales, asociativos, partidarios, empresariales y sindicales para darnos cuenta de que, en efecto, abunda entre la dirigencia alicantina personas foráneas de primera generación. Ciertamente, Enrique Ortiz, un señor de mucho peso, es alicantino, pero las cuatro o cinco personas más que “controlan” la ciudad no lo son.

Esta extraña situación, nada habitual en otros lugares, se explicaría por la condición de ciudad abierta de Alicante, una ciudad de aluvión que acoge sin mayores problemas a quienes vienen a asentarse aquí. Estaríamos ante un caso muy especial de sensibilidad ciudadana, ante un pueblo culto que hace gala de cosmopolitismo, de tolerancia y de gran capacidad de integración.

Pero, insisten mis contertulios, eso es sólo una parte de la cuestión, que también se podría interpretar como dejadez, “menfotisme” (vicio que se nos atribuye y en el que también este artículo podría incurrir), o muestra de esa mentalidad paleta de quienes creen a pie juntillas que lo que procede del exterior es siempre de mejor calidad. Además, añaden, eso explicaría por qué la ciudad ha sido moldeada sin respetar sus raíces, su memoria, a golpe de apetencias inmediatas.

Dejo estas intrincadas aunque interesantes cuestiones a los especialistas, como mi amigo José María Perea, que es, para mí, el mejor conocedor de la ciudad. Yo lo único que digo es que, a estas alturas, una vez desveladas ciertas ideologías y habiendo madurado lo estrictamente necesario, las cosas no cuadran. Todo el mundo sabe que en España, hoy día, pesan más los intereses territoriales y locales que los generales; que Alicante está huérfana de valedores, cosa que se nota aún más en plena crisis; que jamás hubo un “centralismo” de Valencia tan abusivo como el de ahora, y que no sería de extrañar, como dije al principio, que el famoso “alicantinismo” se desempolvara y renaciera.