lunes, 30 de enero de 2012

Unos versos

En la cafetería

Todo parece vivo, como el mundo
-café con pan tostado y gente limpia-,
pero, tras las paredes,
se encuentran el dolor y la esperanza.

Es limpio el hospital
para quien va por él de visitante,
animando a un enfermo
y sintiendo el abismo, la infinita
distancia, entre salud y anomalía

Un día en que aparece
tu nombre en los tableros de la espera,
sufres, inevitable,
un golpe de vejez y soledad,
de cruel sabiduría
desde el acantilado en que divisas
que ya la vida sus orillas muestra.

Angel González Sánchez (27.1.12)

sábado, 7 de enero de 2012

el calendario del miedo


José Asensi Sabater

Abrumada por la crisis, mucha gente resulta sensible a pronósticos tales como el del calendario Maya, unas cuentas banalmente comercializadas según las cuales el 21 de diciembre de 2012 se agota un ciclo estelar de más de cinco mil años y comienza otro nuevo, preñado de catástrofes.

Yo estuve no hace mucho en Chiapas, donde se supone que se escribieron los Códices calendáricos. Los lugareños que andaban por allí –empleados del gobierno zapatista del sub-comandante Marcos- se regodeaban ante el interés esotérico de los cuatro turistas que preguntaban por el evento. Su media sonrisa revelaba que la gran operación de marketing urdida al respecto no era sino la parte menor de un negocio que sirve, por otra parte, para azuzar el espectro del miedo.

Porque no nos engañemos: todo lo que huele a miedo y lo fomenta es bienvenido en tiempos de crisis. Bienvenido para ocultar responsabilidades y doblegar la mente de la gente a base de sacar el espectro en peana. El miedo obra milagros. Abre el camino para recortar, perdón, ajustar y ajustar, hasta que el nivel del agua rebase el cuello.

El calendario que de verdad tenemos delante de las narices es el de enfrentar dificultades. Es en esencia el calendario Juliano, precisado por los astrónomos, el cual señala que la flecha del tiempo –subjetivo y objetivo- mira siempre hacia adelante. Se trata de un asunto curioso. Hasta que se anunció la buena nueva de que había un tiempo por venir, los calendarios y la mentalidad de la gente se atenían a una figura circular: el eterno retorno, los ciclos, el ritmo pausado y constantemente repetido de las estrellas, las mareas y las estaciones. No había resquicio para suponer que la vida podía cambiar, progresar. No había utopía, ni ideales que realizar y legar.

Con el calendario nuevo, que habla de un pasado, un presente y un futuro, las sociedades modernas se posesionaron de un instrumento poderoso para avanzar, y lo llamaron progreso. La Historia –la historia del capitalismo, pero también de la lucha social y de los altos ideales- se ha escrito bajo el supuesto de que existía un proceso ilimitado de cambio y de progreso… hasta que llegó la crisis. La crisis sistémica del capitalismo financiero que hoy padecemos repite, como la lúgubre campana, la del 29. Cosas de los ciclos, se dice, que prueba que no hay nada que hacer, ni futuro que esperar.

Es cierto que hay que contar con la presencia de algunos ciclos. El que verdaderamente nos afecta es el de la naturaleza, respecto de cual estamos avisados de que no es posible un crecimiento material sin fin. La humanidad, en efecto, no puede desentenderse de los ciclos naturales de Gaia, la Tierra viva que nos acoge y de la que formamos parte. Ahí están, para quien lo quiera leer, los pronósticos sombríos de Lovelock y las consideraciones más bien desoladoras de John Grey. Pero esta advertencia está siendo despreciada y se puede decir que, en esta crisis, la gran sacrificada ha sido precisamente Gaia, que gime su desventura.

Pero en cuanto al resto, el sistema hoy dominante, un sistema financiero podrido cuyos efectos deprimentes se puede ver por todas partes, se empeña en hacernos creer que el calendario se ha detenido, y que, por tanto, tenemos que conformarnos con vegetar en un presente continuo, un tiempo congelado. Se pretende que aceptemos una forma de vida que destierra la esperanza de un mundo cambiante, de un mundo mejor. Se nos obliga a que pintemos de blanco las fechas del calendario y que nos limitemos a rumiar los mensajes, siempre repetidos, que proceden de los altavoces del miedo.

Son cuestiones a tener en cuenta. Porque lo que se nos ofrece como solución en estos días aciagos es justamente lo más perverso que encierra esa figura congelada de la historia: maltratar la naturaleza y soportar como se pueda el acoso de los mercados. Tal es el mensaje. No creo, sin embargo, que la telaraña tejida a nuestro alrededor pueda desafiar el deseo de la gente de buscar su propio destino. A trompicones, y con mejor o peor fortuna, la gente reaccionará. La primera condición es rechazar y combatir a los mensajeros del miedo.